jueves, 8 de septiembre de 2011

LOS COMEDORES DE HACHIS.

Cuenta la historia que a principios del siglo XI, en la antigua Persia, lo que hoy en día conocemos como Irán, habitó en el Castillo del Alamut la Orden de los Hashisiyun o también conocida como la secta de los asesinos o comedores de Hachís. Situado en la Sierra de Elburz cerca del Mar Caspio, este castillo se convirtió en una fortaleza inexpugnable a más de 1.700 metros de altura, lo que le daba una posición privilegiada para la defensa del lugar. Dominando desde la cúspide un valle de tierras fértiles, sitiado a lo largo de su perímetro de acantilados cuyo único acceso era un serpenteante y pedregoso sendero.

El precursor de tan temible comunidad religiosa, de la corriente islamista Chií, fue Hasan Al Sabbah, el cual recibiría el sobrenombre del “Viejo de la montaña” y mantendría en vilo durante décadas a los gobernantes de aquellos lares. Persona culta donde las haya, refinada, estudioso del Corán y con grandes dotes de liderazgo, viendo el cariz de despropósitos que a su entender estaba adquiriendo sus correligionarios en la fe islámica, fundó la secta de los Hasshasshins. Guerreros suicidas, muyahidines dispuestos a morir por el Islam. Disertar que el vocablo Hasshasshins se le atribuye el epíteto de "comedores de hachís" o "tomadores de hachís' que más tarde con el devenir de los siglos por diversas mutaciones de la palabra, recibiría a la postre el significado de asesino.

La estratagema del Viejo de la Montaña era escueta: expresaba su voluntad a los hombres más poderosos del territorio como reyes, visires, califas etc... y si éstos no satisfacían sus pretensiones religioso-políticas , los asesinaba. Es decir, se basó en el uso del asesinato selectivo como arma política. La forma de captar adeptos para sus fines terroristas era simple y efectiva. Como cualquier secta de hoy en día, reclutaba jóvenes sin educación, de las clases sociales más bajas a ser posibles huérfanos. Durante gran parte del día se dedicaban única y exclusivamente a los rezos coránicos y la otra parte del día se ejercitaban en ser asesinos eficaces, adentrándose en lugares inverosímiles, a matar con sigilo y hacerse casi invisibles.

Según relatan las leyendas de la época, cuando en un momento dado la comunidad precisaba de sus servicios, debido principalmente a que ciertos gobernantes no sufragaban sus tributos preestablecidos o no cumplían con el dogma islámico. El Viejo de la Montaña, seleccionaba a través de sus adláteres a sus estudiantes más aventajados. Los narcotizaban a base de grandes ingestas de hachís y los trasladaban a un sector oculto del castillo, donde se hallaba una réplica exacta del paraíso musulmán. Tras encontrase varios días en un embelesamiento perpetuo llegando incluso a rozar el delirio, estos muyahidines volvían a ser nuevamente intoxicados con hachís. Más tarde despertaban en los aposentos del cuartel militar del castillo. En ese preciso instante le comunicaban a quién debía de matar y le aclaraban que si cumplía bien su cometido pasaría el resto de sus días en el Olimpo que ya había visitado; en cambio si perecía en el intento, de igual manera sería llevado al paraíso por dos ángeles , según dicta el Corán. Su total desprecio por la vida, y su utopía de vivir en el Edén convertía a estos guerreros musulmanes en armas letales.

Hoy en día la historia se vuelve a repetir casi un milenio después. El Oriente Medio cuenta con un nuevo Viejo de la Montaña Osama Bin Laden y las milicias del Al Qaeda albergan tras de sí una clara concordancia con la “secta de los asesinos”.